A veces es evidente; otras, el inconsciente se encarga de disimularlo, pero decididamente los mapas de la vida se dibujan en la primera infancia. Los primeros trazos del mapa de Máximo Eugenio Valentinuzzi, uno de los tres científicos tucumanos galardonados con el premio Konex, tienen que ver con su padre, un ginecólogo al que lo apasionaban la Física y la Matemática. Tanto que mientras era "médico de señoras" logró armar un Laboratorio de Biofísica, para el cual consiguió un espacio en el subsuelo de la Academia Nacional de Medicina. En Buenos Aires, claro, donde nuestro protagonista nació en 1932: él es uno de tantos científicos que la UNT supo reunir en Tucumán y que decidieron hacer de esta provincia su lugar en el mundo.

Valentinuzzi debe ser de las pocas personas que "usan" sus dos nombres: Máximo lo llaman en el mundo científico; Eugenio es él para su familia y sus amigos. Pues bien, el pequeño Eugenio, de 7 u 8 años, disfrutaba, y mucho, de acompañar a su papá al laboratorio. "Lo ayudaba en sus experimentos sobre el efecto de campos eléctricos en plantas, o en mediciones de respuesta cutánea. Allí supe de esos campos y de los potenciales de acción nervioso y muscular; también aprendí a operar un potenciómetro de Poggendorff ... Allí vi por primera vez latir el corazón de un sapo", cuenta. Por esos tiempos iba a una escuela alemana y, además, aprendía a tocar el piano, "vicio" que mantiene hasta hoy.

En la entrevista, el doctor Valentinuzzi recorre detalladamente los caminos de su memoria, activa, potente... Cuenta que él hizo como su papá, pero al revés. Fascinado por experiencias de la adolescencia (algunos docentes del Colegio Nacional Buenos Aires realizaban visitas a centros especializados), se recibió en la UBA de lo que se llamaba ingeniero en telecomunicaciones (luego pasó a ser Ingeniería Electrónica). Trabajó cinco años en una empresa internacional dedicada a las telecomunicaciones, primero en la estación de transmisión y recepción, y luego en las oficinas centrales. "Mi último día en la estación trabajaba en un transmisor y recibí una descarga de 2.400 voltios de corriente continua. Sufrí un paro y me hicieron respiración artificial 45'. No podía imaginar que en un futuro aún lejano, fibrilación-desfibrilación cardíaca sería uno de mis temas de investigación", recuerda, y redirecciona los trazos del mapa.

Ese mapa lo reencontró con su padre (que se había ido a EEUU) y juntos se pusieron a estudiar Teoría de la Información. "A él le interesaba su posible uso en biología y a mí, en Comunicaciones, pero también pensaba en las transmisiones por pulsos del sistema nervioso", explica. En esos tiempos también hizo sus primeros avances en el mundo de la computación.

Del otro lado del mundo
Poco después fue él quien buscó destino en EEUU. Luego de una frustrante primera experiencia, recaló con su esposa, Nilda -"literalmente, era la vecinita de al lado", cuenta divertido-, y su hija mayor en Houston, para un simposio sobre Teoría de Información y Sistema Nervioso... ¡dos de sus pasiones! El simposio -cuenta- no lo impresionó demasiado, pero le abrió las puertas para lograr un cargo de biofísico dentro de un contrato de la NASA. Allí completó el Doctorado en Fisiología y se sumergió en la aplicación un principio de la física, la impedancia (oposición que ejercen los cuerpos al paso de la corriente alterna) a la biología. "Era el tiempo del primer vuelo de John Glenn. Fue el primer astronauta y portaba electrodos que registraban su respiración. Este período me introdujo a la técnica de las mediciones respiratorias con el método impedancimétrico, que habría de transformarse en una de mis líneas de investigación durante muchos años luego", rememora.

El regreso
A veces piensa que fue un error, pero otras se repite una frase alemana que, afirma, lo construye, y que traducida dice: "¿No es esta casa hermosa? ¡Es mi casa, y yo la quiero mucho!". El hecho es que fue y volvió un par de veces entre Argentina y los EEUU, hasta que finalmente se afincó en Tucumán. Llegó en marzo de 1972 y vivió en Horco Molle, ese refugio que la UNT puso a disposición de tantos docentes que terminaron siendo tucumanos por opción. Luego se mudó unos pocos kilómetros más abajo: en su casa, al pie del cerro, tuvo lugar esta entrevista. Cuenta que al llegar a Tucumán se insertó en "un pequeño laboratorio de Bioingeniería, creado unos meses antes". Allí trabajó 30 años. Además, fue investigador del Conicet y cofundador del Insibio (Instituto Superior de Investigaciones Biológicas). Su lema fue -y será, aclara- "el respeto a los demás comienza en el momento que aprendes a reírte de ti mismo".

Incansable
Habla con pena de lo que llama el "retiro compulsivo". Pero ni la jubilación lo detuvo: trabajó unos meses en la universidad de Lima, otros en la de Bologna. Hoy, supervisa un proyecto sobre rehabilitación de amputados en la Universidad Nacional de San Juan, y está contratado por Instituto de Ingeniería Biomédica de la UBA donde supervisa un grupo de investigación en temas cardíacos. "O sea, al final regresé a mi Alma Mater", dice, y traza la, por ahora, última línea del mapa científico de su vida.

La bioingeniería como elección y sus tres proyectos favoritos

Lo sedujo una las disciplinas más jóvenes de la ingeniería: la que aplica sus principios y sus herramientas (electrónica, informática, robótica, óptica, entre otros) a problemas de la biología y la medicina. Permite buscar soluciones a los problemas de salud aplicando métodos tecnológicos. Se le pidió a Valentinuzzi que eligiera los tres proyectos "más importantes" de los que desarrolló en Tucumán. Estas fueron sus respuestas: "El primero vino 'acarreado' de mi estancia en EE.UU.: fibrilación y desfibrilación cardíaca. La fibrilación es una grave arritmia del corazón. Determinamos valores límite (umbrales) para disparar la desfibrilación y revertir el fenómeno, y diseñamos y construimos desfibriladores. En este campo, trabajamos, por ejemplo, cinco años con René Favaloro y su equipo.

Otro proyecto se basó en el concepto de impedancia (resistencia que ofrecen los cuerpo al paso de la corriente eléctrica) y nos llevó por dos caminos diferentes. Por un lado, estudiamos la actividad cardíaca por medio de un diagrama presión-volumen, concepto típico de la termodinámica. La otra línea de trabajo nos permitió evaluar la contaminación bacteriana de sustancias como leche, aguas, bebidas (gaseosas, vinos, cervezas). Para explicarlo muy simplificado: a mayor contaminación, menor impedancia. Construimos los medidores y trabajamos para una conocida empresa argentina productora de leche. También estudiamos el crecimiento del bacilo del cólera.